La muerte de Sócrates con coral para órgano (o la intromisión de Leibniz)

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En el prefacio a su trilogía Esferas, Peter Sloterdijk recuerda que Platón mandó a cincelar en el friso de su Academia la siguiente frase: “Manténgase alejado de este lugar quien no sea geómetra”. A partir de entonces, el espíritu de Occidente se funda en la dictadura del ojo, en el reinado de la mirada que pareció ser, hasta la Ilustración, quien organizaba y pensaba la realidad. Incluso, anterior a Platón tenemos un síntoma definitivo de este totalitarismo: para ingerir la cicuta, Sócrates reunió a varios de sus discípulos para que testimoniaran el acto suicida. Sócrates desconfiaba de todos los sentidos, excepto del visual. Su fe radicaba en el ojo. Para todo el imaginario post-socrático la razón sólo es posible en virtud de lo que se ve. La expulsión platónica de los poetas de la República no fue sólo porque se trataba de la mímesis de una mímesis, sino porque los poetas traficaban con prosodias, con sonidos. Esto es, una verdad sostenida en el escuchar, y no en el mirar, de ahí la visceral desconfianza que Platón experimentó con la poesía.

Mas saquemos a Platón del medio y volvamos a su maestro.

He pensado a Jacques Louis David pintando su Muerte de Sócrates con el coral para órgano Durch Adams Fall ist ganz verderbt de Bach llenando cada recoveco del estudio del artista. Escena construida (a pesar de esos espíritus de épocas que muchas Historias del Arte amarran a las obras de los creadores) que bien podría traducirse de esta forma: pintor neoclásico sosteniendo los trazos de una exacta geometría en las sinuosidades de una melodía barroca. (Afuera, la cabeza de Madame Roland rueda tras el chasquido de la cuchilla, pero esto, en tanto suceso, ahora no importa demasiado, sí el ojo izquierdo del verdugo escrutando la frase de Plutarco tatuada en uno de los senos.)

En el óleo de David (el único texto que en verdad “escribió” Sócrates) vemos al filósofo como elemento central del cuadro, y a partir de él se articulan geométricamente las demás figuras en el espacio, justo a la manera más exquisita del neoclasicismo. La perspectiva geométrica es lo que rige, lo que articula. El brazo izquierdo de Sócrates se encuentra en un perfecto ángulo de 90 grados, mientras pronuncia el discurso sobre la inmortalidad del alma, de ahí que inmortalidad/trascendencia y exactitud matemática se conjuguen. Sócrates habla, pero lo que queda es el testimonio visual que luego Platón (quien insiste en no ser sacado del medio, de ahí que se aísle hacia un lado y le dé la espalda al maestro, como un erizo convertido a posteriori en zorro) y Jenofonte testimonian en sus diálogos y apologías.

Pero el Durch Adams Fall ist ganz verderbt penetra en cada recoveco del estudio del artista, por lo que ya es otro el testimonio/lectura que del cuadro da el oído: Sócrates habla, y su voz (resonancias debí decir) se disgrega sinuosamente, a pesar de las puertas cerradas por gendarmes atenienses, a través de las mínimas grietas de los muros (estrías del óleo debí decir) del recinto diseñado por David. Vibraciones que penetran la materia rocosa a la manera de las mónadas de Leibniz, quien, a pesar de que no fue convidado a actuar en este texto (razón de paréntesis o “afinidad de mundos posibles”), ya entró con una perfumada peluca que Carolina de Ansbach le regaló recién.

 

 

[Pablo De Cuba Soria]

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