(GANSOS, RESONANCIAS, LOS LENTES DE BARUCH)
Las literaturas nacionales se constituyen a partir de dos procesos inseparables: uno que se sostiene en el diálogo mimético/pasivo con el pensamiento y manifestaciones artísticas de los grandes centros de producción culturales; y otro que radica en el diálogo crítico o capacidad imaginativa que un determinado grupo o nación desarrolla respecto de esas tradiciones precedentes. El segundo proceso es el que permite que en determinadas épocas emerjan imaginarios culturales capaces de provocar influencias en generaciones y geografías futuras, ya sea por asimilación o negación.
El libro Cervantes y Cuba: aspectos de una tradición literaria (Newark, Del.: Juan de la Cuesta, 2010) del académico y ensayista Alberto Rodríguez, investiga de forma amena y aguda algunos de los modos en que se manifestaron esos dos procesos dialógicos en la literatura y el pensamiento cubanos a partir del imaginario cervantino —sobre todo el Quijote. Para Rodríguez la obra de Cervantes tiene una presencia ineludible en la formación del ideario de algunos de los principales intelectuales cubanos entre 1873 y 1952, justo el periodo de la historia nacional cubana donde se generan y “consolidan” los fundamentos desde los cuales aún hoy intenta definirse la isla como nación.
En una primera instancia de su análisis, Rodríguez investiga las recepciones cervantinas en figuras capitales como el filósofo Enrique José Varona —aquel a quien José Enrique Rodó lo llamaba maestro—, el escritor Esteban Borrero Echeverría, el pensador y político Jorge Mañach, el novelista Luis Felipe Rodríguez, el filósofo Medardo Vitier, la escritora y profesora Mirta Aguirre, entre otros. Sin embargo, Alberto Rodríguez a lo largo de los seis capítulos (más Introducción y Epílogo) que conforman su investigación examina de qué manera el cervantismo logró permear creativamente el pensamiento de estos hombre y mujeres de la cultura.
En el Capítulo 2 (“La voz del subalterno”) Rodríguez rastrea la evolución del pensamiento de Enrique José Varona a través de artículos que sobre Cervantes y el Quijote escribiera el pensador; de ahí que señale a propósito de un texto de 1873 titulado Una alegoría de Cervantes, que “podemos apreciar que Varona se aparta de las ideas neoclásicas, y rechaza todo lo que tenga que ver con un criterio subjetivo” (53). Y en otro nivel, también examina el desarrollo de su pensamiento ideológico, por lo que sostiene —a razón de otro artículo— que “Varona incita en el individuo que recibe su mensaje una fuerte solidaridad con el ideal de Cervantes, a la vez que induce en dicho individuo un cierto desapego hacia el monarca español Felipe II” (63).
Asimismo, otro intelectual de suma importancia durante la República, Jorge Mañach —sobre todo recordado por su Indagación al choteo—, es estudiado en el Capítulo 6 (“Visiones filosóficas”): “Mañach, el ilustre autor de Examen del Quijotismo ve la cultura y el arduo batallar de Don Quijote a través de un lente filosófico” (194). Rodríguez destaca así cómo la creación cervantina también moduló la filosofía de este importante pensador cubano, muy afín con el legado de otra figura española quien también contrajo incalculables deudas (e indagaciones) con las venturas y desventuras del Quijote: José Ortega y Gasset.
En otro orden, el único reparo que le pondría al libro es la poca atención que el autor le presta a la polémica que despertó el libro de Mirta Aguirre Un hombre a través de su obra: Miguel de Cervantes y Saavedra (1948). Si bien en Capítulo 4 (“El héroe problemático”) Rodríguez destaca el enjundioso estudio (heredero de las teorías marxistas de György Lukács) que Aguirre escribe sobre la narrativa de Cervantes, no hace lo mismo con un ensayo respuesta que la poeta Fina García Marruz publicó en 1949 en la revista Orígenes. Al enfrentarse a las ideas de Aguirre, quien sostuvo que el Quijote es “una gran novela social”, García Marruz afirmó que “al verdadero Cervantes no hay que buscarlo en sus palabras sino en su estilo, en la claridad impenetrable de su estilo”. Creo que una pesquisa en esta polémica hubiera enriquecido aún más la investigación de Alberto Rodríguez, ya que esta polémica provocó un choque entre los principales sostenes ideológicos de la cubanidad en el siglo XX: el marxista y el católico.
Pero independientemente de este reparo aislado, Cervantes y Cuba: aspectos de una tradición literaria resulta un libro que agradecerán tanto cervantistas como estudiosos del proceso de formación de la cultura y nacionalidad cubanas. Valiéndose de una eficaz metodología investigativa (uso inteligente de datos históricos y bibliográficos precisos) el autor de Cervantes y Cuba nos demuestra el modo en que la figura e ideario del Quijote (ese de locura genial) actuaron como moduladores de ciertos valores nacionales cubanos, tanto estéticos como ideológicos, de ahí que el ensayista haya perseguido rigurosamente la traza quijotesca en la escritura de la Isla.
[Pablo De Cuba Soria]
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