De lo Clásico y lo Barroco (A propósito de R. M. Rilke y G. Benn)

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Tradúzcase clásico en tanto imposibilidad de metástasis poética; tradúzcase barroco en tanto posibilidad de inflexiones inéditas. Ambos, verdugos esenciales. Todo sujeto produce con y a partir de ellos. Pensémoslo de este modo: todo estilo/manifestación estética —incluso ética— se deriva del accionar barroco o clásico. Si se hubo de llegar a un ocultamiento del ser como señaló Heidegger, esas superficies/máscaras que ocultan son lo barroco y lo clásico. Esa revelación definitiva del ser permanecerá en las regiones de lo incognoscible en tanto los dos permanezcan como moduladores intrínsecos de la expresión humana.

Pero si bien ambos se contraponen, asimismo cohabitan/se manifiestan a través de los tiempos. Día y noche; luz y sombra; significante y significado; armonía y caos: pares antinómicos que en determinados momentos deshacen la antinomia misma. Ahí están el amanecer y el ángelus; la penumbra o el claroscuro; la razón inestable y la armonía del caos. Ya Wölfflin y Burckhardt —incluso Nietzsche siguiendo la estela de este último: qué son sino lo apolíneo y lo dionisíaco—, y luego Eugenio d’Ors y Alejo Carpentier, señalaron variaciones de lo barroco y lo clásico en Grecia y Roma, en Bizancio y en Florencia, en el Siglo de Oro y en la Revolución Francesa. Cada sujeto y cada objeto son prisioneros de lo clásico o lo barroco. Incluso, podría formularse de modo más radical: todo sujeto y todo objeto, y las relaciones que de ellos resultan, son resultados de lo clásico y de lo barroco.

En la tradición de la poesía alemana confluyeron en las primeras décadas del siglo XX la línea clásica y la curvatura barroca en dos de sus mayores poetas: Rainer María Rilke y Gottfried Benn. Veamos cómo se manifestó esa confluencia.

Después de Elegías de Duino y Sonetos a Orfeo resultaba imposible escribir poemas bajo los presupuestos poéticos que Rilke había encumbrado hasta agotarlos. Todo un quebradero de la poesía occidental se cerraba. Sus poemas patentizaron una forma de organizar las palabras que provocaban una extrañeza cercana a lo místico. Después de San Juan de la Cruz ningún otro poeta se había instalado en tales regiones de lo espiritual.

Con Rilke se alcanzó un ángulo de lo clásico donde la curvatura ya no tenía lugar. Un territorio del decir y escuchar líricos germano apagaba sus resonancias. Rilke asesinó a Rilke. No dejó migajas de su banquete para ladrones posteriores. La poesía alemana alcanzó con él una dimensión tan insondable de lo poético que se tradujo paradójicamente en atasco. Gran parte de la historia de la poesía alemana precedente, la que “inicia” el espíritu del Romanticismo, alcanzó en él su resumen. Si los sistemas filosóficos tocaron fin con Hegel, con Rilke —aunque en menor medida pero también con Hofmannsthal y Stefan George— se llega a esa “palabra mágica” que logra trascender las rejas del lenguaje; ello, paradójica e inevitablemente, representó al mismo tiempo la muerte de ese anhelo místico. Los despliegues y curvaturas barrocos que propuso el Romanticismo alcanzaban así el estancamiento y linealidad clásicos.

Al “tengo mucho miedo de la palabra humana” rilkeano asomaba en la misma lengua la inflexión, el desvío, “un poema sin fe, un poema sin esperanza, un poema de palabras”. Desde otra forma intelectiva, Gottfried Benn se aventuró a distintas expresiones, más cercanas al ideal de la modernidad que legara Poe, no tan excelsos —de “los órdenes angelicales”—, aunque no por ello menos inquietantes. Su expresionismo significó un golpe de alteración poética que se adentraba por atajos distintos a los que Rilke. Desterrada toda instancia mística, lo único construible era el poema en sí mismo. Por ello el poeta de Morgue sostuvo que “no me ocupan las corrientes que parten del poema, sino las corrientes que llevan al poema”. Ahora los límites del poeta fueron los límites de su propia escritura. El pliegue barroco sólo se ramifica (despliega) en la sintaxis, es decir, en el interior de palabras y lo que de sus colisiones se deriva: frases y versos. Las revelaciones del afuera ya eran improbables, de momento. La única sobrevida posible quedaba encerrada en el lenguaje. Colisiones, vibraciones infinitas.

Para nada pretendo colocar a Benn en un escalón superior a Rilke. Ambos son sin lugar a dudas poetas imprescindibles. Sin embargo, Rilke se consumó en sí mismo, llegó a un final de camino; Benn abrió un atajo (impulso barroco) para que poetas posteriores lo bifurcaran. Por ejemplo, a un poeta experimental como Ernst Jandl otro remedio no le quedó que escribirle poemas a la nariz y a las orejas de Rilke, ya que el autor de Los cuadernos de Malte Laurids Brigge había tocado en su escritura una profundidad del pensamiento poético imposible de plegar o extender.

Lo barroco es posible en lo sublime, mas una sublimidad que se desplaza en dos direcciones: en los movimientos de la materia, posible en la colisión/erosión de palabras y frases en el discurso, y en los movimientos propios del espíritu o los excesos del alma; asimismo lo barroco permite el hurto, la reinvención, la re o la deconstrucción, las disposiciones extrañas que infinitamente se interrogan a sí mismas engendrando otras y otras en interminable replegar. Lo clásico es belleza o verdad alcanzada, misterio imposible de desdoblar y por ende estancamiento. Por supuesto, ha ocurrido que una suspensión clásica ha sido quebrada por una mente capaz de tal fractura del ángulo clásico, propiciando nuevos repliegues barrocos; en el caso de Rilke, tal vez ese quiebre no haya sucedido aún. Tal vez, sea imposible llevarlo a cabo.

A poetas como Benn, Pound, Lezama, se les puede robar, ya que sus convulsiones léxicas permiten el eco. No así a poetas como San Juan, Rilke, Borges, cuyas resonancias no permiten reacomodos, ya que sólo se identifican consigo mismas.

 

 

[Pablo De Cuba Soria]

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