(GANSOS, RESONANCIAS, LOS LENTES DE BARUCH)
Que a estas alturas de la historia (o lo que es igual: de la caída en el tiempo) se pretenda una reinmersión en las turbulentas y maravillosas aguas del surrealismo, podría resultar una aventura para trasnochados o para dementes, o quizás para poetas. Trasnochados a un lado, ¿acaso no son los dementes y los poetas los únicos capaces de crear un aparte más allá (o acá) de este mundo de desmemoria y vaciamiento? Ya lo dijo Joseph Brodsky: “Tal y como van los fracasos, querer remover (reinventar) el pasado es encontrarle un sentido a nuestra existencia”.
A mediados de la década de los setenta del siglo XX, Octavio Paz señalaba que el surrealismo más que una corriente o estilo literario de vanguardia era una visión del cosmos; de ahí la imposibilidad de su extinción. A finales de 2004 la editorial costarricense Andrómeda publicó Un nuevo continente (Antología del Surrealismo en la Poesía de nuestra América), un muestrario poético que vuelve a confirmar la reveladora sentencia del Premio Nobel mexicano.
Esta antología poética reúne una breve selección de la obra de treinta escritores americanos que transitan (nacen, escriben) lo mismo desde Canadá o Estados Unidos, que desde Chile o Haití o Martinica; es decir: el antólogo no se dejo gobernar, afortunadamente, por provincianismos geográficos. Precisamente al brasileño Floriano Martins (una de esas suertes de demente, de poeta) le debemos esta deliciosa muestra que cuenta en sus páginas con la presencia, entre otros, de creadores de auténtica extrañeza como Rosamel del Valle, Aldo Pellegrini, Aimé Césaire, Olga Orozco, Philip Lamantia, y Lorenzo Garcia Vega.
Un nuevo continente es un banquete poético que nos recuerda que la verdadera patria del hombre es el lenguaje. Gran parte de los textos que conforman las más de trescientas páginas del volumen, resultan auténticos en la medida en que extraen desde lo más profundo de los sueños aquellos ángeles y demonios que sostienen la experiencia humana; y que sostienen, por extensión, el misterio de la palabra. Porque, a fin de cuentas y falsos testimonios, qué somos sino eso: palabras, frases, prosodia perecedera. Por eso, nos dice Rosamel del Valle en una de las páginas de la antología:
Nuestra esencia viene de la tiniebla rasgada (…)
Construida de ángeles ciegos y temblores y de la infinita ola
Amante de lo terrestre sin límite y del olvido (…)
O donde el espacio cierra sus ramas en un movimiento
De angustia terrible y de rechazo a la sed
El libro está precedido por un excelente prólogo de Martins, en el que el ensayista y poeta expone sus ideas acerca del surrealismo como fenómeno tanto desde el punto de vista histórico como estético. Esto es, en el prólogo se alcanza aquella exigencia que Edmund Wilson pedía para todo estudio crítico-literario: “situar la imaginación del hombre en el marco de las condiciones que la determina”. Siguiendo —tal vez involuntariamente, no importa— la anterior idea, Martins escribe:
«El surrealismo es la búsqueda de convertir la poesía en un bien común y el libre pensamiento integral (…), un viaje por el universo de las sugestiones. Así como el surrealismo buscaba una ampliación de lo real, aquí no sugerimos sino una inmersión más profunda en la poesía que se ha escrito en el continente, vinculada a esta movimiento que defendió que sólo el lenguaje poético alcanza la totalidad del ser.»
Otro de los aciertos del libro es que cada muestra de los poetas seleccionados va precedida por pequeñas reflexiones de ellos mismos acerca del surrealismo como condición poética y existencial. De esa manera asistimos a varias nociones y conceptualizaciones de un mismo hecho: la poesía. Pongamos dos ejemplos. El enorme poeta martiniqueño Aimé Césaire (1913) —a quien La isla en peso de Virgilio Piñera tanto le debió— señala:
«Mi referencia fue el surrealismo, porque la escritura automática viaja de la superficie al fondo de las cosas. Para mi el surrealismo marcó el camino por excelencia de la negritud. Porque el lleva al mismo tiempo a la libertad y al hombre negro. Es así —y ahí está la paradoja—, como utilizando una técnica europea yo me reencontré con la cultura africana, conseguí el ansiado estallido del yo negro.»
Y el cubano Lorenzo García Vega (1926), uno de los pocos raros que le quedan a la lengua hispana, apunta:
«Lo que ha sido una constante en mí es la búsqueda de los últimos elementos de mi imaginación, que siempre me ha interesado más que hacer una cosa bella o bien escrita. Más que la frase completa buscar el residuo, ese residuo que creo también le interesaba a los alquimistas.»
Si bien la selección por cada poeta resulta breve, no por ello le resta intensidad a la lectura, a la urdimbre noctámbula que cada texto va creando. Así, podemos disfrutar lo mismo de la tensión de estos versos del argentino Enrique Molina: “El ansioso torbellino de venas de un hombre desconcertado por /la presión de su aliento”; que de estos del brasileño Claudio Willer: “Y ahora quiero la palabra reducida al sencillo gesto de amarrar alguna cosa, pura denotación, lenguaje referencia, manos extendida hacia esos pedazos de realidad”.
Este excelente muestrario nos señala que el surrealismo es más que manifiestos y poses de épocas; más que un Bretón y su maravillosa Nadja. Es, también, más que manifiestos programáticos y/o disquisiciones acerca del subconsciente y las teorías de Freud o Lacan. Un nuevo continente (Antología del Surrealismo en la Poesía de nuestra América) lanza un dardo que jamás encuentra el blanco: se pierde en los terribles y fascinantes mares del sueño y de las pesadillas. Y lo hace misteriosamente: a través de la poesía.
[Pablo De Cuba Soria]
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