Cuatro notas sobre Glenn Gould

GouldGlenn

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Libro que creo imprescindible en toda biblioteca: Escritos críticos, de aquel músico que por 1964 decidió encerrarse, hasta sus últimos días, en estudios de grabación. De ese modo, aislado en madrigueras habitadas por resonancias de Bach, Mozart, Beethoven, Schoenberg, y otros pocos selectos, Glenn Gould dejaba atrás una década de conciertos en vivo que le ganarían merecida fama como uno de los pianistas más extraordinarios y extravagantes de los años cincuenta.

Durante esos años de “encierro” Gould escribió ensayos, conferencias, notas para discos, artículos, y concedió algunas entrevistas. Escritos críticos recoge la traducción al español (por Bernadette Wang) de algunos de esos escritos. Páginas que, más que meras disquisiciones sobre música clásica, son escritura atravesada por inquietantes reflexiones sobre el hecho estético; aunque siempre, claro, partiendo desde la música. Ideas como la siguiente van sosteniendo cada texto del libro:

“Si tengo mucha prisa por grabarme en la cabeza la huella de una partitura nueva, provoco el efecto de [una] aspiradora poniendo algunos ruidos totalmente contrarios lo más cerca que puedo del instrumento. No importa qué ruido, en realidad —películas del Oeste en la televisión, discos de los Beatles; cualquier cosa que suene alta bastará—, porque lo que pude aprender de [una] unión accidental entre Mozart y [una] aspiradora fue que el oído interno de la imaginación es un estimulante mucho más poderoso que cualquier grado de observación externa”.

 

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Gould fue un genial atrevido que en sus interpretaciones de los más grandes compositores de Occidente, justamente se atrevió a corregirlos. Tanto en sus grabaciones, interpretaciones en vivo como en sus escritos se escuchan/leen tales tachaduras, agregados, cuestionamientos. El arte de la interpretación musical significó para él poner en “sonoras encrucijadas gramaticales” las ya de por sí complejas e irrepetibles composiciones de sus geniales predecesores. Sus ejecuciones musicales, entrevistas y escritos nos muestran una de las maneras más provechosas en que se debe dialogar con la tradición: críticamente; o lo que es más radical y esencial aún: nos revelan ese momento en que el Artista llega a escuchar de cerca a los arcanos del Arte, alcanzando a situarse en el interior de la creación misma.

 

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Son descomunales, grandiosas, las interpretaciones pianísticas de Alfred Brendel. Perfectas, podría afirmarse. Brendel por lo general logra encerrar (que no matar, sino armonizar/educar) a la emoción en su impecable técnica. Sin embargo, hay algo en Glenn Gould que trasciende lo interpretativo, que se adentra en la selva selvaggia de la creación. Cuando Brendel interpreta a Bach, lo dignifica. Cuando Gould interpreta a Bach, rivaliza con Bach.

Igual pasa cuando lees los escritos (cartas, ensayos, notas, entrevistas) y miras las entrevistas televisivas (disquisiciones sobre el arte de la interpretación y acerca de otros grandes músicos de la historia) de ambos. Brendel cuando habla de música, piensa la música, se sitúa desde el punto de vista del intérprete. Pero Gould, cuando habla de música, lo hace desde el sitio del creador.

 

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Para el narrador de Thomas Bernhardt, en su novela El malogrado, la sola existencia de Gould era una invitación a la renuncia (retiro) para los demás pianistas: “Si no hubiera conocido a Glenn Gould, probablemente no habría renunciado a tocar el piano y me habría convertido en virtuoso del piano y quizá, incluso, en uno de los mejores virtuosos del piano del mundo, pensé en el mesón. Cuando encontramos al mejor tenemos que renunciar, pensé.” La gran diferencia entre Gould y casi todos los otros pianistas de su época, es que Gould creaba mientras interpretaba. Sólo tenemos que ver cualquiera de las grabaciones/videos de sus interpretaciones —en vivo o en estudios; verbigracia su interpretación de El arte de la fuga de Bach, en Moscú, 1957— para corroborar lo anterior: se sentaba frente al piano, encorvaba su torso al mismo tiempo en que sus larguísimos dedos se distendían sobre las blancas y negras, hasta sumergirse en las voces/resonancias/notas del teclado; es decir: hasta (casi) borrar la distancia natural entre ejecutor e instrumento.

 

 

[Pablo De Cuba Soria]

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